Recientemente conversaba con un joven sobre la misión y el trabajo de la Iglesia, y cuán importante y ardua es la tarea. Él está con mucha ilusión formándose para ser sacerdote, dispuesto a lo que Dios quería.
Les suelo insistir a los jóvenes que, para ser fieles luego en el ministerio, había que tener una recia vida de piedad y trato con Dios y gozar de una fraternidad sacerdotal que le ayude a uno a estar al día -más concretamente la dirección espiritual-. Así, ¡vamos a cualquier parte!
Aquí, estamos poniendo nuestro granito de arena para que nuestro país tenga pronto muchos y santos sacerdotes, que tanta falta hacen, para que los pueblos y las gentes conozcan más a Dios y tengan vida en Él, para que las familias estén más integradas, para que haya más paz en nuestra sociedad y que los cristianos seamos más conscientes de la llamada de Dios.
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