Una foto de archivo, en conversación con un bachiller. |
Una de las labores del sacerdote es
hablar, predicar ―ojalá con contenido, después de haberlo “hablado” con
Dios―. Pero también la de escuchar.
Había comentado en entrada anterior que,
nuevamente, estamos de convivencia vocacional en el Seminario, esta vez con
jóvenes que provienen de la zona de Chimaltenango (la otra parte de esta
Diócesis en la que sirvo). Me he entrevistado con algunos jóvenes, que me
parecen valiosos para ingresar luego en el Seminario, primero Dios.
En este trato personal, los jóvenes
encuentran oportunidad para despejar sus dudas, para hablar de su propia
experiencia vocacional y cristiana, para preguntar lo que quieran.
Quizá alguno de los lectores de esta
entrada, alguna vez, hayan tenido algún trato con un sacerdote que les inspira
confianza. Pienso en tantos jóvenes ―y menos jóvenes― que quisieran hablar con
alguien de confianza y no encuentran con quién. Ojalá encuentren con quién.
Confío en que, con el que se confiesen,
encuentren quien les guíe, pues constituye tanta ayuda y necesidad para el
alma.
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