Este
día, como todos, ha estado lleno de tantas ocupaciones; la lucha ha sido la de
intentar cumplir nuestro trabajo. Este trabajo ha sido diverso: piedad,
preparar clases, viaje, clases, encargos que cumplir...
Para
la mañana tenía el plan hecho de tal manera que me “sobraba” tiempo para
preparar bien mis clases de la tarde. Pero, nunca faltan los imprevistos. Hoy he
tenido alegres y reconfortantes imprevistos ―la visita de amigos―, a quienes les he dedicado tiempo que no
había planeado. Desde luego que no me arrepiento de haberlo empleado en ellos. Al
final, el tiempo del trabajo intelectual se redujo un tanto, para el pesar del
mejor rendimiento académico.
Por
la tarde di las clases que había tratado de pulir ―menos
de lo que quería, decía―; gracias a Dios, me parece que de manera provechosa.
Después de las clases intenté cumplir con
unos encargos, pero todo me salió mal; entre prisas y resultados negativos,
parecía que lo bueno que había sucedido durante el día se iba a ir al garete.
Pero, haciendo “teología en el carro”
(mejor: intentando tener presente a Dios mientras regresaba de mis gestiones “fallidas”),
me di cuenta que Dios conocía lo que me había sucedido, que había puesto yo lo
mejor de mi disposición mientras pensaba en él y que..., ¡no pasaba nada!
Entonces me recordé del punto de Forja
(199) en donde San Josemaría escribe:
Si eres
fiel, podrás llamarte vencedor.
—En tu
vida, aunque pierdas algunos combates, no conocerás derrotas. No existen
fracasos —convéncete—, si obras con rectitud de intención y con afán de cumplir
la Voluntad de Dios.
—Entonces,
con éxito o sin éxito, triunfarás siempre, porque habrás hecho el trabajo con
Amor.
Claro, lo que no salió perfecto hoy son mis "meteduras de pata", es decir, mis pecados...
Más bien, todo es perfecto cuando se hace con amor, con amor a Dios. |
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