Mujer de pueblo, María tiene un esposo y un Hijo a quienes servir. Había dicho muy conscientemente a aquél enviado del Cielo: “He aquí la esclava del Señor”. No se le ha olvidado y sirve alegremente. No añora otra vida ni soluciones milagrosas, pues estando con Jesús y con José lo tiene todo.
Dentro de la pobreza de su situación, la dignidad y la limpieza reinan en su casa. Las cosas en su sitio, revelan que no hay distracción en quien las ha ordenado: incluso habrá recitado alguna oración a la hora de colocarlas.
Hacer la comida es para la Reina del Cielo todo un arte, un arte divino: pone esmero en su preparación, incluso cuando le toca cocinar un plato muy sencillo como le deja la economía ajustada. No se permite derroches ni descuidos.
La ropa, aunque a veces remendada una y más veces, la tiene limpia, ordenada en los cofres. Hay ropa de fiesta, reservada para los días especiales religiosas: todo en su vida tiene una dimensión religiosa.
Laboriosa, su descanso era ver a Jesús. Cansada al final del día, ha ofrecido a Dios todas sus ocupaciones, porque es su Amor.
La clave es ésta: hacer las cosas pequeñas con amor.
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