martes, 23 de agosto de 2011

Tocando las almas


     He ido a atender a un enfermo en el hospital, que tenemos en la vecindad. Su esposa, animada por una amiga y habiéndole preparado, vino a pedirme que vaya a verlo y confesarlo. A veces sucede que el “interesado” no esté muy interesado, pero en esta ocasión sí.
     Como ya era en horas de la noche, había poco movimiento en el hospital, lo que me permitió buscar un lugar aislado para las confidencias de la Confesión. Llevaba ya buen tiempo sin confesarse, por lo que había que ayudarle un poco, pero no hizo falta mucho. Me conmovió enormemente cuando empezó a llorar recordando su vida. No impedí que lo hiciera, pues me daba cuenta que era lo que necesitaba su alma. Las lágrimas sí que lavan el corazón, tanto cuanto más afectado esté y se está con voluntad de cambiar.
     Un seminarista, en un caso un tanto igual de extraordinario, me comentó en una ocasión: “esto me anima a formarse para ser sacerdote”; yo diría: “esto me anima en mi vida sacerdotal”. ¡Vale la pena ser sacerdote!

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