martes, 14 de agosto de 2012

Susto de policías


     El día de ayer iba conduciendo en el tráfico lento de salida de la ciudad Capital, cuando se pone a mi vera un “motorista”: era un policía con cara de joven. Se dirige a mí y…, pronuncia mi nombre. Un vuelco me da el corazón.
     Y me dice: “Padre, ¿se recuerda de mí?” Esa pregunta ya me calmó, puesto me había entrado el temor de haber faltado a la ley de tránsito. De hecho, el rostro de este policía joven era de un chico inocente, “buena gente”, como decimos aquí.
     Más adelante me detuve, él también, y me saludó. Era un muchacho que estuvo dos años en el Seminario hace una década, y que se recuerda de nosotros. En pocos minutos me contó que se había felizmente casado, que tenía unos lindos hijos y de cómo le iba en el peligroso trabajo de policía.
     Hasta me dio tiempo a exhortarle a que esté siempre preparado espiritualmente –me confirmó de que había estado implicado en varios enfrentamientos y que había estado cerca de la muerte- y que invocara siempre al Ángel Custodio.
     Quedamos en que nos veríamos otra vez y que hablaríamos con detenimiento.
     No sé a qué temerle más: al policía o la remisión…
¡Deténgase, por favor!

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