viernes, 12 de diciembre de 2014

Juan Diego, ¿utilizaba una "tilma" o un "ayate"? La Virgen de Guadalupe

     Juan Diego, ¿utilizaba una "tilma" o un "ayate"? En el lenguaje coloquial se utilizan, con regularidad, indistintamente. Pero tienen diferencia. Considerando la condición social-económica de Juan Diego, se puede decir con más propiedad que usaba un "ayate".

     He conseguido este artículo siguiente -lo guardé hace tiempo y no me recuerdo cuál es la fuente-, y lo publico en honor de Nuestra Señora de Guadalupe, cuya fiesta celebramos ahora. El artículo versa sobre los estudios que se han hecho sobre la imagen de la Virgen y lo sorprendente del milagro. Espero que les sirva.

    ¡Cuánto nos alegramos hoy al celebrar esta fiesta! Resuena en nuestro corazón las palabras de la Virgen a San Juan Diego: "Pon esto en tu corazón, mi pequeño hijo: no temas. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No te encuentras bajo mi sombra, a mi cobijo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás tú en el pliegue de mi manto, en mi regazo? ¿Necesitas algo más?"

     Tilma, según el Diccionario de Aztequismos de Luis Cabrera, significa manta o sarape de algodón, o de lana, y aun de ixtle; derívase del náhuatl tilmatli, manta rala. Más específicamente, cuando esa manta se halla tejida con ixtle, o fibra de maguey, se la denomina áyatl, que también quiere decir manta rala y de donde proviene el aztequismo ayate. De ahí que el lienzo en que quedó impresa la imagen de la Virgen de Guadalupe, pueda designarse con cualesquiera de ambos vocablos, aunque, por razón del material con el que está fabricado, el término más apropiado sea el de ayate.

     Solamente los indios nobles de aquellos tiempos, o los muy principales, se vestían con telas de algodón,
reservándose a la gente común los tejidos de fibra de maguey o agave, ciertamente resistentes, pero de una aspereza que sólo la atemperaba el uso. Se ha demostrado que el ayate de Juan Diego está hecho, como entonces se hacían esas mantas, de fibras de "agave popotule" y no de palma, como alguna vez se pensó.

     
El ayate mide, un metro con sesenta y ocho centímetros de altura, por un metro con tres centímetros de ancho. La figura de la Virgen es menor, pues sólo tiene una altura de un metro con cuarenta y tres centímetros.

   
Consta de dos piezas unidas hacia el centro, en sentido longitudinal y de arriba hacia abajo, por un hilo de algodón, blando, delgado y de tan frágil apariencia que resulta increíble el que haya resistido, y siga resistiendo, el peso y la tirantez de las piezas que une. Es curioso notar que la costura no atraviesa el rostro de la imagen, ni tampoco la del ángel que está a sus pies; ello se debe a que la cabeza, así como todo el cuerpo, se halla ligeramente inclinado hacia la derecha (izquierda del observador).

     Es impresionante
el hecho de su extraordinaria conservación, pese a los embates del tiempo y de la piedad de los innumerables fieles que tocaron la imagen en los siglos pasados y, de manera particular, en los primeros ciento dieciséis años de su culto, durante los cuales permaneció desprovista de toda protección, expuesta a la intemperie y al humo de miles y miles de cirios y velas. Solo hay algunos pequeños deterioros en la tela y una atenuación de ciertos colores que, debieron haber sido más vivos en su origen.

     Llama también la atención lo ralo de la trama, así como el que
la tela parezca no pintada, sino como impregnada del color. Quienes examinaron la Imagen en 1666, certificaron que ésta se ve por el reverso tan clara como por el frente; y el pintor Cabrera, un siglo más tarde, pudo ver a través de la tela los objetos que estaban detrás de ella.

     Esto nos lleva a otra observación más sorprendente, la relativa a
la falta de toda esa preparación que resulta indispensable para pintar sobre cualquier superficie, haciéndola impenetrable a los materiales colorantes y facilitando el manejo del pincel. Si consideramos la textura de la tilma -trama rala y desigual-, abundante en nudos, no podemos entender cómo fue posible el ejecutar una pintura de tan perfecto acabado. Por cierto que uno de tales nudos se encuentra un poco arriba de la comisura externa izquierda de la boca, y otro en uno de los ojos; ambos, en vez de desfigurar la expresión del rostro, la hacen aún más bella.

     Quien más detenidamente ha estudiado la tilma, fue el célebre Miguel Cabrera, eximio pintor oaxaqueño del siglo XVIII; la examinó en compañía de varios colegas y produjo un completísimo informe titulado Maravilla Americana, publicado en 1756. Afirma Cabrera que, entre otras "raras maravillas",
se aprecian en el ayate cuatro especies de pintura, ya que el rostro y las manos "parecen ser al óleo"; la túnica, el ángel y las nubes, "al temple"; el manto, "al aguazo"; y la parte sobre la que se encuentran los rayos, "al fresco". Combinación, añade, jamás intentada por los pintores y menos sobre una superficie que no muestra señales de preparación alguna.

     Ya en nuestro siglo -en 1936- se le enviaron al Dr. Ricardo Kuhn, Director del Departamento de Química de la Universidad de Heidelberg, en Alemania, y Premio Nobel de Química en 1938, dos fibras del ayate de Juan Diego: una de color rojo y otra de color amarillo, con objeto de que las
analizara para determinar la naturaleza de los pigmentos. Su dictamen, rendido sin previo conocimiento de la procedencia de las fibras, fue el siguiente: ".. en las fibras analizadas, una roja y otra amarilla, no existen colorantes vegetales, ni colorantes animales, ni tampoco colorantes minerales".

     A mayor abundamiento, el profesor Francisco Camps Ribera, de Barcelona, reconocido mundialmente como experto en pintura, examinó la tilma en 1954 y 1963 y afirmó: "...
no pude encontrar huellas de pincel, ni que la tela fuera preparada para pintar", concluyendo que "ningún artista humano hubiera escogido, para ejecutar una obra de tal magnitud, una tela o lienzo de la calidad del ayate, y mucho menos con una costura al centro".

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