Mientras terminaba la Misa en Catedral, por la mañana, comentábamos con algunos amigos cómo Dios hizo madurar espiritualmente tan rápido al P. Lee -más de lo que era, con la juventud de que gozaba-, que llegó hasta ver en el dolor un regalo de Dios. Como ustedes saben, una cosa es la teoría, otra la práctica, llena de fe, lo que no se improvisa. Les dejo con las palabras del P. Lee. Agradezco a Raúl por haberlas hecho públicas.
«Dios te ha mostrado una gran amistad…» Fueron las palabras que me decía hace poco un amigo sacerdote. Normalmente pensamos –porque es la experiencia humana que tenemos– que la cercanía y la amistad de Dios se manifiesta en las bendiciones que Él nos da. Son esos momentos cuando todo va bien, cuando en nuestra vida todo se mueve –¡y de maravilla!- como las manecillas de un reloj, cuando hay sonrisas, cuando parecen ser todos los días primavera, cuando, incluso, puedes experimentar gracias especiales en tu vida espiritual.
Sin embargo, llega un momento inesperado. Has hecho planes. Tienes un sueño. Pero llega la noticia. El mundo se vuelca, de pronto, todo se viene abajo, o mejor, te vienes abajo, te sientes pequeño ante la inmensidad de lo que se avecina. Tristeza. Dolor. Llanto. Los porqués.
El dolor y el sufrimiento humano –de tipo corporal o espiritual– constituyen una de las grandes interrogantes de la vida. No nos preocupamos por encontrarles respuesta hasta que nos toca, hasta que experimentamos “en carne propia” esta situación. Entonces nos lanzamos desesperadamente en busca de soluciones, de respuestas que alivien en parte la carga que hemos comenzado a llevar. Pero no hay respuestas humanas. Solo se podrá entender verdaderamente en “clave divina”.
Todos recordamos aquella anécdota en la vida de Santa Teresa que –siguiendo la inspiración divina de re-fundar el Carmelo encontrándose con múltiples dificultades “eleva su queja” al Señor: -«¿Por qué me tratas así?». –«Teresa, yo trato así a los que quiero».
Es la manera con la cual el Señor se acerca a nosotros, como quiere hacer-nos partícipes de su Pasión, como quiere mostrarnos su amistad. Sí, Dios muestra su amistad a través del dolor y del sufrimiento. Es un entrar y recorrer con Él, el mismo camino, es compartir su misma suerte, es darse cuenta que en su sufrimiento y debilidad bajo el peso de la cruz estoy retratado. Y también en su Resurrección. «Nadie tiene amor más grande que el da la vida por sus amigos…»
Esta lectura en “clave divina” nos hace ver con nuevos ojos el dolor. Una nueva visión de las cosas. Aquello que al principio parecía derrota –o un partido perdido– da un giro, porque “entran en juego” las virtudes teologales.
Ahora lo vemos con ojos de fe. Ciertamente la fe no quita el sufrimiento pero nos da la seguridad –¡la certeza!– de que en esos momentos somos objeto del gran Amor divino, nos ha “seleccionado” para afrontar una prueba de la cual saldremos vencedores. Y eso despierta la esperanza. Porque Dios no falla, no abandona, nos da la gracia –precisa- que necesitamos en ese momento. Dios no pierde batallas. Y se enciende el amor, la caridad. Sentimos la presencia de Dios que es Padre que me ama y que quiere que corresponda con amor. Está dispuesto a darme innumerables bienes, a purificarme, a través de la penitencia, de ese “camino espinoso”.
Y, después, los frutos. Porque el dolor, el sufrimiento es un gran “tesoro” –me lo decía en una ocasión un amigo sacerdote–. ¿Cómo aprovechar al máximo esta experiencia de fe? Es una pregunta que también nos hacemos. En primer lugar, sabiendo llevar con garbo esta cruz, con la convicción de que deja de ser “mi cruz” porque el Señor la toma sobre sí, Él es ahora el “Cireneo”.
Y luego, la convicción que esto que “ahora” sufro será de gran bien para otros. Sorprende cuando algunas personas te dicen: «me he enterado de que la estás pasando mal y he rezado por ti». Y agradecemos que nos encomienden y se acuerden de nosotros. Pero ¿nos damos cuenta que a través de nuestro sufrimiento o dolor, esa persona ha hecho oración, se ha acercado un poco más a Dios? Una vez me escribió alguien: «Padre, yo soy un “vago” para rezar, pero ahora lo estoy encomendando». Sin duda alguna, hay siempre frutos, para uno y para otros.
Dios da y ofrece su amistad de forma que rompe esquemas, aquello que parece algo malo en realidad es de gran bien. Y cuenta con nosotros, tanto la colaboración humana-material que está a nuestro alcance para salir de esa situación como nuestra correspondencia generosa a esta muestra de amor de parte suya.
Visto el dolor de esta manera es otra cosa. En otro lado escribía una frase que me gustó mucho cuando la leí: «Poenae sunt pennae» un dicho latino que significa que las penas son alas. Las penas, el dolor, el sufrimiento ya no serán motivo de tristeza o de postración, al contrario, son alas para poder volar alto, para elevarte a Dios…
Pbro. Lee A. Perén
Ésta y las siguientes fotos, las he tomado de unos amigos en el FB. Ésta, de cuando estuvo el féretro en la capilla del Seminario Menor. |
Así participó la feligresía en la Misa celebrada en Patzún, en donde estuvo como vicario parroquial durante año y medio. |
Cuando llegó a San Juan Comalapa, de donde el P. Lee es originario, así le recibieron. |
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