miércoles, 2 de septiembre de 2015

¡Nos vemos, P. Lee!

¿Qué sería? Me parece que está bendiciendo la fuente del parque en Patzún.
    34 años de edad, 7 de ministerio sacerdotal; mucha entrega, buen testimonio sacerdotal. Se nos ha ido al Cielo el P. Lee. Después de 11 meses de luchar con la leucemia ha ganado, se ha ganado un Cielo grande. ¿Quién ha vencido, entonces?

     En los días y meses anteriores le estuvimos pidiendo a Dios un milagro. Sabíamos que lo que libraba era oneroso. Hacía falta mucha fuerza de voluntad, una determinación probada y una fe que se debía robustecerse con el sacrificio. A muchos parecería que Dios no nos ha escuchado -incluso a los que pedían con una fe para mover montañas-, pues le pedimos un milagro y no nos lo concedió. Incluso se preguntan algunos: ¿qué mal hizo para que le sucediera eso? ¿Por qué tenía que sufrir? Mirando la Cruz encontramos la respuesta.

    Fue un sacerdote miembro de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. Allí potenció su entrega sacerdotal, afán de almas y su espíritu de entrega y amistad. Su entrega sacerdotal fue patente, los que compartieron con él lo pueden atestiguar: los que estuvieron con él en el Seminario Menor (cuando él fue formador) y los feligreses de las parroquias en donde él trabajó (se me viene a la cabeza Patzún).

    Personalmente, me siento privilegiado de haber sido un amigo suyo, con quien compartimos penas -es allí en donde se reconocen mejor los amigos- y muchas alegrías. Sí, él tuvo muchas penas también, lo que habrían acrisolado su modo de ser.

     Como San Josemaría, yo también me he encarado con Jesús: "¿por qué, si tienes tan pocos amigos en la tierra, por qué te llevas estos, que te hubieran podido servir, que hubieran sido tan útiles a otras almas..."

     Y sigue: "y al final..., bajo la cabeza y digo: Tú sabes más que yo, qué tontería ¿verdad?, qué tontería. Está claro que sabe más, más que todos nosotros. Él es sapientísimo, y nosotros somos unos ignorantes; y digo: Hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada, la justísima y amabilísima Voluntad de Dios sobre todas las cosas, amén, amén. Y me quedo tranquilo" (Catequesis en Andalucía, otoño de 1972).

    Hoy me contaron lo que comentaba un señor, que iba avanzando en años: "Yo, aquí, haciendo fila -refiriéndose a que se iban muriendo los mayores-; ¡pero se meten otros en la fila!", refiriéndose a que algunos más jóvenes se mueren antes.

     El P. Lee se nos adelantó al Cielo, ya estaba maduro para el Cielo. Pero, tengo la certeza de que seguirá ayudando, también sacerdotalmente delante de Dios. Sí, tengo confianza en que pedirá por la salvación de las almas todas, pedirá por nuestra Diócesis. Y, lo que más me alegra, intercederá también por nuestro Seminario, pues para él fue muy querido también. Y, desde luego, por su familia, la familia Perén Cutzal, a quien queremos mostrar nuestras condolencias y nuestra cercanía. Dios bendiga su dolor.

     ¡Hay nos vemos en el Cielo, P. Lee!

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