viernes, 23 de diciembre de 2016

Una tarde de Confesiones

Para prepararnos bien a las fiestas de Navidad, una buena Confesión, como lo hace habitualmetne el Papa Francisco.
     En esta época, en que ciertos sacerdotes nos tomamos un poco de descanso de las labores habituales, trato de ayudar a mi párroco en este bendito trabajo de escuchar en Confesión a los cristianos que se acercan para preparar bien su corazón a la Venida de nuestro Señor.

     Sucedió especialmente ayer. Llegué a las cuatro de la tarde. Se había anunciado a la gente que habría Confesiones, que varios sacerdotes llegaríamos. En efecto, llegamos otros cuatro sacerdotes, originarios de la parroquia, para ayudar a nuestros paisanos a reconciliarse con Dios. Los que ayudan a ordenar a la gente estaban esperándome a la puerta. Cuando entré a la iglesia me sobrecogió que estuviera llena la iglesia. ¿Cuándo podríamos confesar a todos? Fueron pasando, uno a uno. Hice el esfuerzo de, como debería ser, tratar a cada alma como lo hace Dios, ponerle atención y ayudarla. Gracias a Dios, después de varias horas, logramos terminar.

     Mi parroquia tiene esa cualidad: que la gente se confiesa con frecuencia, lo que exige al párroco. En efecto, escuchar la Confesión de cada alma exige mucho. Pero es un ministerio no sólo necesario -porque así lo quiso Jesús al instituir este sacramento- sino gratificante para el alma del penitente. Allí el sacerdote siente tocar las almas. Allí el penitente descarga lo que pesa a su corazón.

     Con la ayuda de Dios, después de empeñarnos en la preparación de estas próximas fiestas, gozaremos en familia volver a vivir este Misterio actuante del Nacimiento de nuestro Salvador. Nos alegramos con María y con José por su entrega y por el regalo de Dios a su matrimonio: el fruto bendito del vientre de María es el Hijo de Dios humanado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario