Mañana, solemnidad del Sagrado Corazón, culminará el año sacerdotal. Algunos amigos míos sacerdotes han viajado a Roma, otros han estado allí estudiando, atendiendo la convocatoria y la invitación del Santo Padre para esta celebración, en la conclusión del Año Sacerdotal. ¡Qué alegría para ellos!
Leyendo las consideraciones de un sacerdote amigo, me preguntaba por lo que este año sacerdotal pudo dejarme, como sacerdote. Cada quien puede hacerse esta pregunta también.
Las circunstancias en que se ha estado desarrollando mi vida estos dos últimos años me han permitido enriquecer mi experiencia y valorar el sacerdocio, encarnado en cada uno de los sacerdotes que he hallado en mi camino.
Los cristianos –y los hombres todos– no palpan el “sacerdocio” de Cristo sino encarnado en cada sacerdote. Hace falta fe para aceptar que Cristo actúa por medio de “este” sacerdote “que tengo en frente”.
Antes que al resto del pueblo fiel, los sacerdotes somos los primeros beneficiados de la proclamación del año sacerdotal, especialmente en la toma de conciencia de este don que Dios nos ha dado.
Los laicos han sabido apreciar más el don de los sacerdotes a la Iglesia y, además de acercarse más y ayudar, han rezado más por sus pastores.
Una guinda ha sido los ataques al sacerdocio por parte del “mundo” –y por algunos desde dentro de la Iglesia–, que han cribado el trigo para que sea mejor ofrenda para el sacrificio.
Aunque no podamos estar en Roma para la clausura del Año Sacerdotal, acompañaremos a toda la Iglesia en este “sentir con la Iglesia”.
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