sábado, 19 de junio de 2010

Ser sacerdote

Anoche –más bien, de madrugada, hoy– estuve acompañando a una familia que tenía al padre –mayor él– muy enfermo, en peligro de muerte. Le administré el Sacramento de la Unción. Una hora después recé por su alma.

Es que, desde la semana pasada, estoy ayudando sacerdotalmente en la Clínica Universitaria de Navarra –¡otra vez!–.

Los días anteriores he visto a unos enfermos. Entonces, como en la oportunidad con que comencé estas letras, me ha tocado que escuchar, consolar, ayudar a levantar la mirada al Cielo, cuando la fragilidad humana ofrece una magnífica oportunidad.

En medio del dolor resulta menos arduo hablar-escuchar de Dios, entonces el hombre se siente más necesitado de quien le puede ayudar; si no es posible quitar el dolor o aliviarlo, lo que sí se puede es quitar o aliviar el alma con los Sacramentos y la oración.

La familia a la que acompañé con mi oración y con mis escasas y soñolientas palabras, estaba muy agradecida con el sacerdote. Les prometí que rezaría por el alma de su difunto padre en la Misa que celebraría pocas horas después y por ellos, familiares suyos.

¡Qué difícil será decir palabras de consuelo cuando no se cree en Dios! ¡Qué fácil es consolar remitiendo a Dios y consolarse en Dios! ¡Qué alegría ser sacerdote y ofrecer el bálsamo de los Sacramentos y la oración de la Iglesia!

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