Es que, desde la semana pasada, estoy ayudando sacerdotalmente en la Clínica Universitaria de Navarra –¡otra vez!–.
Los días anteriores he visto a unos enfermos. Entonces, como en la oportunidad con que comencé estas letras, me ha tocado que escuchar, consolar, ayudar a levantar la mirada al Cielo, cuando la fragilidad humana ofrece una magnífica oportunidad.
En medio del dolor resulta menos arduo hablar-escuchar de Dios, entonces el hombre se siente más necesitado de quien le puede ayudar; si no es posible quitar el dolor o aliviarlo, lo que sí se puede es quitar o aliviar el alma con los Sacramentos y la oración.
La familia a la que acompañé con mi oración y con mis escasas y soñolientas palabras, estaba muy agradecida con el sacerdote. Les prometí que rezaría por el alma de su difunto padre en la Misa que celebraría pocas horas después y por ellos, familiares suyos.
¡Qué difícil será decir palabras de consuelo cuando no se cree en Dios! ¡Qué fácil es consolar remitiendo a Dios y consolarse en Dios! ¡Qué alegría ser sacerdote y ofrecer el bálsamo de los Sacramentos y la oración de la Iglesia!
No hay comentarios:
Publicar un comentario