martes, 14 de octubre de 2014

Una foto para el recuerdo

     Era el 3 de octubre pasado. Después de la peregrinación a la beatificación de D. Álvaro, ya nos tocaba volver a casa. Después de peregrinar por las basílicas patriarcales en Roma (San Juan de Letrán, Santa María La Mayor y San Pablo Extramuros; la de San Pedro ya la habíamos visitado), fuimos a hacer las últimas compras para traer algún recuerdo de la Ciudad Eterna (por eso las bolsas en la foto). Luego, nos fuimos a despedir de San Pedro, al menos a la plaza.
     Sugerí a mis papás que rezáramos por la Iglesia y el Papa, por sus hijos, mis hermanos, por toda la familia, por todas las intenciones que tuvieran en el corazón. Escuchaba a mis papás murmurar por debajo sus súplicas a Dios.
     Fue un acto de fe. Y lo hicimos explícito, según la sugerencia de los santos: rezamos un Credo, poniendo especial énfasis en “creo en la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica”. Allí nos salía espontáneo completarla, como san Josemaría, con “… y Romana”.
    Y le agradecimos profundamente a Dios por el regalo que estábamos viviendo, por la suerte de vivir en carne propia la unidad y la universalidad de la Iglesia, la suerte de haber nacido y permanecer cristianos, de formar parte de esta Iglesia, Familia de Dios.
     Hubo lágrimas de emoción al despedirnos de San Pedro. Era la última mirada antes de regresarnos a casa, al día siguiente.
     Aunque a la distancia del Papa y de San Pedro —al menos físicamente, porque los llevamos en el corazón—, ahora nuestra vivencia cristiana se ha enriquecido con esta experiencia y queremos servirles más cercanamente.

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