Me platicaba hoy un sacerdote, capellán de colegio, que muchas veces, a temprana hora, ve a los niños llegar con cara de sueño, con la mirada baja. Pero, cuando se topan con el sacerdote, levantan la mirada, abren los ojos y esbozan una sonrisa, mientras saludan con un "buenos días, Padre".
Es cierto, a veces cuesta sonreír. ¿No lo crees? Quizá, para ti y para mí, sería buena mortificación en este tiempo de Cuaresma.
San Josemaría escribió en Camino (n. 173):
"Esa palabra acertada, el chiste que no salió de tu boca; la sonrisa amable para quien te molesta; aquel silencio ante la acusación injusta; tu bondadosa conversación con los cargantes y los inoportunos; el pasar por alto cada día, a las personas que conviven contigo, un detalle y otro fastidiosos e impertinentes... Esto, con perseverancia, sí que es sólida mortificación interior".
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