martes, 2 de febrero de 2016

Hoy bendije el área de Maternidad en un hospital

     Hoy fui al hospital, gracias a Dios no por una enfermedad, fui a bendecir el área de maternidad. Hace unos días fijé la cita, ya que me lo pidieron. Siempre que tengo el tiempo, aunque un poco ajustado, con gusto doy la bendición. Ésta es la segunda vez que bendigo al menos una parte de un hospital (la otra vez fue en el área de pediatría del Unicar).

     En mis tiempos de licenciando, tuve la suerte de ser capellán, al menos durante un tiempo, en la Clínica de la Universidad de Navarra. Allí visitaba enfermos, les asistía sacramentalmente cuando lo requerían, les llevaba la Comunión... Alguna vez hubo alguna emergencia y me levantaba como los médicos a asistir.

    Hoy tuve delante a un buen grupo del personal sanitario de la Maternidad del Hospital de Amatitlán, participando de la bendición. Después de una breve exhortación, considerando el valor cristiano del dolor y de la asistencia a los más necesitados, eché abundante agua en todas las dependencias del lugar. También pasé bendiciendo a las pacientes: les preguntaba primero si eran católicas, para poder bendecirlas con el agua. Hubo una que, desde buena distancia, con una sonrisa abierta y esperanzadora, pidió con su gesto la bendición. Bendije también a su bebé recién nacido.

    Al finalizar la bendición, realizó el personal una tradición que sólo había llegado a mí de oídas: hoy, día de la Presentación del Señor y de la Virgen de Candelaria, los que habían robado el Niño del Nacimiento lo debían devolver. Cuando llegué al Hospital me había fijado que en el Pesebre faltaba el Niño; pero cuando pasé bendiciendo ya estaba... ¡Ajáaaaaaa!

    Después se descubrieron a "las ladronas", que ofrecieron, según la tradición, la refacción (merienda) para los que estaban en casa. Fue muy alegre departir con el personal. Me alegró también la fe que manifestaban, no sólo acompañando y rezando durante la bendición, sino también las cosas que manifestaban después.

     También pensé en el don de la vida y del gran don que les ha dado a las mujeres de traer los hijos al mundo. Allí, en un rincón, tienen una talla de buen tamaño de la Virgen de la Medalla Milagrosa. La invoqué también. Precisamente hoy he encomendado en la Misa a una pobre mujer, cuyo hijo recién nacido estaba en peligro grave de perder la vida. Recen por ella también, por favor.

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