Hoy he estado entretenido en varias cosas.
Después de celebrar la Santa Misa, conmemorando a los Santos Apóstoles Felipe y
Santiago, hemos recibido, en el Seminario, la visita de unos amigos (el P. José
Vaquiax y unos jóvenes), venidos de la Arquidiócesis vecina. Me ha alegrado
verles.
Además, hemos estado pendientes de los
jóvenes que vendrían a la convivencia vocacional. Es nuestra “segunda primera convivencia”
(pues hace una semana tuvimos la “primera primera”), para los jóvenes que
vienen de la vicaría de Chimaltenango. Por el momento tenemos 16.
Uno de los momentos más importantes es la
entrevista con los formadores. Hoy he entrevistado a algunos. Siempre me ha
sorprendido la llaneza con que cuentan cómo ―en la mayoría de los casos― Dios se ha ido metiendo en cada
vida, “sin pedirles permiso”.
Como leía en un “Diccionario de conversos”,
en el prólogo dice que los que se han convertido tienen la sensación de que,
sin haber jugado a la lotería, se han sacado el primer premio. Lo mismo digo de
la vocación: a quien Dios escoge, debe tenerse por el más dichoso, pues se ha
fijado en uno para esta misión especial.
Quisiera aprender y seguir teniendo esta
ilusión que brilla en los ojos de estos muchachos, que quieren responder que sí
al Señor.
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