En efecto, el sacerdote puede pasar en un
mismo día lo que el resto de la gente en toda su vida: puede alegrarse con los
que se alegra y puede dolerse del dolor ajeno en cuestión de minutos.
El ideal es que el sacerdote esté siempre
disponible para atender a la gente, y que pueda acompañarle en todo momento. Es
decir, que practique la misericordia, que sea, como decía el Santo Padre, un pastor
que no tenga miedo a oler a oveja...
Éste es el ideal, aunque a los sacerdote
de por aquí les cueste un tanto, porque sus parroquias son inmensas y la
muchedumbre, ingentes. Ése es nuestro reto.
A la par, rezar por las vocaciones: que
Dios nos bendiga con más vocaciones, y que las que tenemos sean fieles al
llamado y se formen bien.
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