Recientemente, un muchachote de 19 años, después de una Misa en la que prediqué sobre la vocación sacerdotal y religiosa, me abordó y preguntó sobre cómo hacer para conocer su vocación, para conocer lo que Dios quería para él. La pregunta se la he planteado también a otros que han tanteado ya en este terreno... Las respuestas han sido diversas, buenas.
Pero me parece que hay algo lógico en la siguiente respuesta, y que vale para todo y para todos: oración, oración, oración...
Primero, no podemos obligar a Dios a que nos transmita su Voluntad de determinada manera y en determinado momento. Dios es libre de hacerlo como y cuando quiera. No lo va a hacer de manera extraordinaria, pues ha dejado modos ordinarios.
Luego, si nos ha dejado ese cauce natural de la oración, cómo no vamos a utilizarlo. De hecho, ¿cómo vas a saber lo que quiere de ti si no se lo preguntas...? En efecto, tantas veces se ha definido la oración como un diálogo de amor entre Dios y el que ora. En esa confianza, es lógico que le plantees lo que quiere de ti.
Eso sí, si le preguntas qué quiere de ti, ¿estás decidido a que te lo diga, en verdad? Porque, corres el riesgo de que te escuche y que tengas que seguirlo. Ya no te quedarás tranquilo hasta que lo cumplas...
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