Hoy estaba hablando con un alumno, que había preparado su “eco de la palabra”, es decir, su reflexión sobre las lecturas de la Santa Misa de mañana. Me alegró mucho leer lo que había preparado, haciendo hincapié en la virtud de la alegría. Esta virtud tiene su origen en el Espíritu Santo, promesa de Jesucristo para cuando Él se vaya de entre los discípulos. En efecto, después de la Ascensión pediremos la venida del Espíritu.
En efecto, había que distinguir la alegría como sentimiento, producto del bienestar de que se puede gozar en la vida, y la virtud propiamente de la alegría, consecuencia de saberse en comunión y cerca de Dios.
En cambio, la tristeza es consecuencia del alejamiento de Dios. Así de sencillo, el pecado produce tristeza, una tristeza existencial pues nos alejamos de la fuente de la vida y de la alegría.
La manera, pues, de recuperar la alegría, es reconciliándonos con Dios. Promovamos una oleada de reconciliación y comunión con Dios, y ayudaremos para que este mundo sea más alegre, sea un mundo mejor.
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