¡Cuánta ilusión se puso en los preparativos para la canonización! Personalmente, tuve el gran privilegio de participar de cerca de este acontecimiento.
Este aniversario me trae muy gratos recuerdos. El ambiente romano de ese octubre de 2002 se había vuelto muy festivo: tanta gente sonriendo, cantando, bailando…; las calles estaban a rebosar. Se podía hablar con cualquier persona –siempre que pudiésemos comprender su lengua–. Era algo más que el acuerdo de reunirse muchas personas. Se vivía en familia.
La universalidad de la Iglesia y de la Obra era palpable allí. Ver gente de todas partes: de África, de Asia -muchos con ojos rasgados-, no sólo con los vestidos sino con la piel de tantos colores. Todavía me recuerdo de aquel sacerdote filipino que se me presentó con el nombre de “Gorgonio Zapatos”, nombre que no me pareció tan extraño porque ya lo había escuchado en una ocasión, pero en conjunto con el apellido me impresionó.
La labor de la Obra que fundó san Josemaría se ha extendido por tantos países, y se han beneficiado de ella tantas almas. Las obras hablan más que las palabras.
Fue una aventura tan maravillosa, aunque no tan aventurada como la del P. Luis Ortiz y su comitiva (confróntese).
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