domingo, 18 de septiembre de 2011

“Id también vosotros a mi viña” (Mt 20,4).

La viña es grande y hacen falta muchas manos.

     Me ha venido como anillo al dedo repasar una exhortación apostólica de Juan Pablo II en la que considera la parábola de la viña que presenta la Liturgia este domingo (Mt 20,1-16). No oculto mi satisfacción por la claridad de la invitación a los laicos a trabajar en la viña tan amplia (el mundo, la Iglesia) del Señor. No hay oportunidad de zafar bulto, de echarle la carga al vecino: hemos de sentirnos directamente interpelados. En el número 2 de dicha Exhortación leemos:
     Id también vosotros. La llamada no se dirige sólo a  los Pastores, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, sino que se  extiende a todos: también los fieles laicos son llamados personalmente  por el Señor, de quien reciben una misión en favor de la Iglesia y  del mundo. Lo recuerda San Gregorio Magno quien, predicando al pueblo, comenta  de este modo la parábola de los obreros de la viña: «Fijaos en vuestro modo de vivir, queridísimos hermanos, y comprobad si ya sois obreros del Señor. Examine cada uno lo que hace y considere si trabaja en  la viña del Señor» (Hom. in Evang. I, XIX).
     De modo particular, el Concilio, con su riquísimo patrimonio  doctrinal, espiritual y pastoral, ha reservado páginas verdaderamente  espléndidas sobre la naturaleza, dignidad, espiritualidad, misión  y responsabilidad de los fieles laicos. Y los Padres conciliares , haciendo eco al llamamiento de Cristo, han convocado a todos los fieles laicos, hombres y mujeres, a trabajar en la viña: « Este Sacrosanto Concilio ruega en el Señor a todos los laicos que respondan con ánimo generoso y prontitud de corazón a la voz de Cristo, que en esta hora invita a todos con mayor insistencia, y a los impulsos del Espíritu  Santo. Sientan los jóvenes que esta llamada va dirigida a ellos de manera especialísima; recíbanla con entusiasmo y magnanimidad. El mismo Señor, en efecto, invita de nuevo a todos los laicos, por medio de este santo Concilio, a que se le unan cada día más íntimamente y a que, haciendo propio todo lo suyo (cf. Flp 2, 5), se asocien a su misión salvadora; de nuevo los envía a todas las ciudades y lugares adonde Él está por venir (cf. Lc 10, 1» (Apostolicam Auctuositatem 3). 

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