Hay que saber sacar una sonrisa en las
dificultades; si no, todo lo veremos arruinado, nada nos saldrá bien. ¿No creen
ustedes que nuestra mirada es muchas veces muy humana y solo humana, sin ver a
Dios en las realidades menudas?
Es cierto, hoy perdí un partido de
basketbol. Intenté poner buena cara, aunque me costó, quizá no lo haya logrado
debidamente…
Después, mientras hacía mi oración de la
tarde en la capilla de adoración perpetua del Santuario Eucarístico (Zona 7 de
Guatemala), sigilosamente se me acercó alguien por el costado y casi en un
susurro me preguntó si podía confesarle. ¿Qué creen que hice?
Siempre he pensado que es un buen lugar
para que haya un sacerdote disponible para confesar. Ya lo saben, no siempre es
posible.
Lo cierto es que era una persona que, al
atreverse interrumpir la oración del sacerdote, se ganó la gracia de Dios y la
absolución. Claro, quería acercarse a Dios. Llevaba en el alma un peso que ya
no quería cargar. Estaba agobiada. La Confesión le sirvió también para desahogarse
también.
Rodaron las lágrimas, lágrimas gruesas del
dolor que llevaba en el alma y el propósito de poner de su parte para arreglar
todo. Al terminar estaba emocionado el penitente.
Para animarle, le dije: “Se da cuenta de
cómo la quiere Dios. Yo no había pensado venir a hacer la oración aquí y, por
lo tanto, no me habría encontrado. Él le ha dado la oportunidad de confesarse”.
A lo que el penitente completó: “yo tampoco había pensado pasar por aquí.
Gracias, Padre”.
Un pequeño crucifijo le dejé para que se
recordara de ese momento de reconciliación con Dios.
¡Cuánto nos quiere Dios!
Para hoy, ésta ha sido una alegría para
este sacerdote.
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