jueves, 11 de agosto de 2016

La alegría de reconciliarse con Dios

     Me hablaron de una persona que estaba enferma. Aunque ocupado con diversos quehaceres, decidí ir a verlo al hospital el día siguiente a la noche que me lo comunicaron.

     Después de las vueltas necesarias para que a uno le dejen entrar al Hospital Roosevelt, me detuvo una familia de rostros parecidos a los de mi zona -son de Patzún, Chimaltenango- y pidieron que viera a un enfermo que tenían allí. Gracias al permiso y las indicaciones del trabajador que me dejaba ingresar, habiendo visto que yo era sacerdote, pude acceder. Me encontré allí al Dr. Romeo, que sonriente me saludó. Después de probar mi frágil memoria, le reconocí como alumno en el Seminario Menor en años no tan pretéritos. ¡Qué sorpresa!

     Antes de darle la Unción a este enfermo al que me refirieron a la entrada del Hospital, me habló una señora que tenía allí a su hijo en cuidados intermedios porque había sufrido un severo accidente y estaba inconsciente. Aunque pidió la madre una oración por su hijo, le ofrecí darle la Unción, que aceptó no a la primera, quizá porque pensara que es la "Extremaunción". Le expliqué en medio minuto lo que hacía la Unción en un alma, y accedió. Di la Unción a éste y al otro enfermo -este otro estaba inconsciente, pero al tocarle con el Óleo santo abrió los ojos y quiso hablarme...-.

     Me encaminé a buscar al enfermo que iba a ver. Después de confesarle y darle la Unción, un vecino suyo de cama me comunicó que quería igualmente confesarse. También le di la Unción. Me dijo: "Padre, el Cielo lo envió. Hacía tiempos que le pedía a Dios que me enviara un sacerdote y me venía preparando para confesarme. A Dios ya le pedí perdón por mis pecados pero hacía falta confesarme con el sacerdote". Hacía 14 años que se confesó la última vez...

     Iba a ver a un enfermo y bendije a uno y di la Unción a cuatro... Me dio mucha alegría por la gracia que recibieron. Me da mucha pena tantos enfermos que había en el Hospital y no hay sacerdote que los vea habitualmente.

     En una ocasión reciente me dio mucha pena no llegar a tiempo a darle la Unción a una señora: murió cinco minutos antes de que yo llegara. Y me pregunté: "¿por qué no llamaron antes al sacerdote?" Porque, aunque fui de inmediato cuando me dieron el aviso, no llegué a tiempo. La señora había estado enferma días... Ojalá los cristianos practiquemos la obra de misericordia de que los enfermos reciban el auxilio de Dios en esas horas críticas.

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