domingo, 14 de agosto de 2016

Celebramos la solemnidad de la Asunción de María a los Cielos

     La proclamación del dogma fue hecha con estas palabras: “por la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y por la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste” (Papa Pío XII, Carta Apostólica Munificentissimus Deus, n. 44).

      La celebración de esta fiesta de María, nuestra Madre, nos recuerda y anuncia nuestro destino, que es el Cielo, y nos muestra lo que seremos en Dios. También nos enseña que la Virgen, reinando junto a Dios, es Madre, y se interesa activamente por nuestra salvación.

     Quiero proponerles también unas palabras del Papa Benedicto XVI en esta fiesta (Homilía 15-8-2005). Son magníficas. Nos aleccionan sobre la cercanía maternal de María con cada uno de sus hijos. Aquí se las comparto.

     María fue elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, y con Dios y en Dios es reina del cielo y de la tierra. ¿Acaso así está alejada de nosotros? Al contrario. Precisamente al estar con Dios y en Dios, está muy cerca de cada uno de nosotros. Cuando estaba en la tierra, sólo podía estar cerca de algunas personas. Al estar en Dios, que está cerca de nosotros –más aún, está “dentro” de todos nosotros–, María participa de esta cercanía de Dios. Al estar en Dios y con Dios, María está cerca de cada uno de nosotros, conoce nuestro corazón, puede oír nuestras oraciones, puede ayudarnos con su bondad materna.
El Papa Pío XII, firmando la Carta Apostólica del dogma.

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