Llegué a la hora convenida, me encontré con el amable portero católico que ya conocía, que me dejó entrar. Comenzamos bien... Me encaminé al Intensivo y, al ver al enfermo y disponerme a comenzar la celebración, me percaté de que dejé olvidado el Santo Óleo en el carro ¡...!. Volví.
Al ingresar al hospital nuevamente, y adentrarme en Cuidados Intensivos, me encontré con una enfermera que, al verme, me pidió que rezara por un sobrino suyo que estaba allí mismo. Cuando me dijo su nombre, le dije que precisamente a él iba a ungir. Me acompañó y logró que también la mamá del enfermo nos acompañara. Un poco más adentro, me llevé la gran sorpresa de ver al Dr. Romeo. Fue alumno nuestro en el Seminario Menor en Sololá, hace ya un tiempo, ciertamente...
Con compañía di la Unción de los enfermos a Luis, que así se llama el enfermo. Después de darle la Unción, y casi despidiéndome, por no abusar del tiempo y confianza que me habían dado los médicos para ingresar, hablé al oído al muchacho. La gran sorpresa nuestra fue que movió un poco los ojos y, luego, volteó la cabeza hacia el lado contrario en que lo tenía... Se vio el esfuerzo que estaba haciendo. Madre y tía estaban conmovidos y entusiasmados. ¡Es la fe que tienen! ¡Para ellas es un milagro!
Después de echarle "porras" (ánimos), le aseguré que seguiría rezando por él.
De vuelta al Seminario, de donde partí, me tardé hora y media para llegar a casa por el lento tráfico. Me compadecí de los pobres que diariamente deben sortear tal dificultad de movilidad. Mientras, puesto que no tenía más compromiso con otra persona, conduje con paciencia hacia la casa, aprovechando rezar y rezar... Además, me comí un algodón de azúcar que compré a un vendedor por la calle (hacía años que no comía uno).
En medio del tráfico, a veces hay que hacer esto, porque se pone pesado. |
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