Las lecturas de la Misa (cfr. Ne 8,2-4ª.5-6.8-10; Sal 18,8-10.15; 1Co 12,12-14.17; Lc 1,1-4; 4,14-21) nos presentan a tres personajes, uno es más que un personaje: Esdras, Jesús y Pablo. Los dos primeros proclaman la Palabra de Dios, y el tercero escribe, consciente de hacerlo de parte de Dios. ¿Qué lee Esdras? Lee el libro de la Ley. Jesús, lee el libro del profeta Isaías.
Y los destinatarios de la lectura de la Palabra de Dios, ¿quedaban indiferentes? No. Del libro de Nehemías hemos escuchado que los levitas leían y explicaban la palabra y su sentido, y todos comprendían la lectura (comprender conlleva también llevar a la práctica). Según san Lucas, todos tenían los ojos fijos en Jesús y le mostraban su aprobación.
Si la Biblia fue escrita para sostenernos en la fe, ¿cómo la apreciamos y la acogemos? Una de las mejores formas de agradecerle a Dios que se nos revelara es leer esta Su Palabra. Allí nos transmite Su Voluntad. ¿Cuánto tiempo diario le dedicamos a leer la Biblia, los evangelios? ¿Nos cansa o aburre hacerlo unos pocos minutos? ¿Le pedimos al Espíritu Santo que nos ilumine al hacerlo?
Una cosa más: la proclamación de la Palabra de Dios en la celebración litúrgica es más perfecta, actualizante. Dios nos habla allí.
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