domingo, 24 de enero de 2010

La lectura de la Palabra de Dios

Muchos nos echan en cara –y no les falta cierta razón– de que los Protestantes nos llevan gran ventaja en el amor a la Biblia y su uso. Ellos aprenden grandes párrafos y citas de memoria; en cambio nosotros…, cuántas veces ni desempolvamos este maravilloso libro. Tema aparte es el motivo por el que los Protestantes se aferran a la Biblia sola y nosotros los católicos no.

Las lecturas de la Misa (cfr. Ne 8,2-4ª.5-6.8-10; Sal 18,8-10.15; 1Co 12,12-14.17; Lc 1,1-4; 4,14-21) nos presentan a tres personajes, uno es más que un personaje: Esdras, Jesús y Pablo. Los dos primeros proclaman la Palabra de Dios, y el tercero escribe, consciente de hacerlo de parte de Dios. ¿Qué lee Esdras? Lee el libro de la Ley. Jesús, lee el libro del profeta Isaías.

Y los destinatarios de la lectura de la Palabra de Dios, ¿quedaban indiferentes? No. Del libro de Nehemías hemos escuchado que los levitas leían y explicaban la palabra y su sentido, y todos comprendían la lectura (comprender conlleva también llevar a la práctica). Según san Lucas, todos tenían los ojos fijos en Jesús y le mostraban su aprobación.

Si la Biblia fue escrita para sostenernos en la fe, ¿cómo la apreciamos y la acogemos? Una de las mejores formas de agradecerle a Dios que se nos revelara es leer esta Su Palabra. Allí nos transmite Su Voluntad. ¿Cuánto tiempo diario le dedicamos a leer la Biblia, los evangelios? ¿Nos cansa o aburre hacerlo unos pocos minutos? ¿Le pedimos al Espíritu Santo que nos ilumine al hacerlo?

Una cosa más: la proclamación de la Palabra de Dios en la celebración litúrgica es más perfecta, actualizante. Dios nos habla allí.

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