Todavía está muy vivo el recuerdo de los días de la Semana Santa que hemos vivido; qué menos: la Pascua se prolonga durante cincuenta días.
A medida que pasan los años me voy dando cuenta de una cosa: hay mucho esfuerzo y, en proporción, menos frutos, en el intento de unir y vivir con la misma intensidad la piedad popular y la liturgia. Lo primero encuentra sentido uniéndolo a lo segundo. Pero, el peligro latente de los fieles es quedarse en el folklore, al participar o estar de espectador de la piedad popular.
Esta es la razón por la que se ve más gente en las procesiones y menos en las celebraciones litúrgicas. Esto se nota más evidente durante estos días de Semana Santa. Sería mejor si fueran todos a todo, pero... No pasa nada. De la cosa más pequeña puede servirse Dios para remover los corazones.
Una procesión que me resulta nueva es la del encuentro entre Jesús resucitado y la Virgen María. En la parroquia de Baños, en donde he vivido la Semana Santa este año, la Virgen salió de la ermita de la Virgen de los Parrales, a hombros de mujeres, y el Cristo resucitado, de la Iglesia. Los que portaban el Cristo resucitado iban con cantos de resurrección. Al llegar a una esquina convenida, se encuentraron las imágenes; mientras se cantó el Regina Coeli, se le quitó el manto de luto a la Virgen y apareció de debajo un manto azul, color de fiesta; es un signo de la alegría por la resurrección del Señor. Luego, entre cantos de fiesta, tomamos camino de la iglesia, a la celebración de la Misa.
¡Qué solemnidad la de la Misa! “¡Ni en el Vaticano!”, decía alguien... Bueno, no tanta, pero sí tratamos de solemnizar la celebración. Además de la piedad de la gente, gozamos de la ayuda de un coro maravilloso, orgullo de la parroquia, al que felicito desde este blog. Por supuesto, agradezco al P. Luis por la oportunidad que me dio de vivir la Semana Santa, ayudando un poco en su parroquia.
Nuevamente, ¡feliz Pascua de Resurrección!
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