Es común ver a los catequistas por la sede parroquial, verles en las clases que el sacerdote les imparte, verles impartiendo la catequesis a los distintos grupos: prebautismal, de Primera Comunión, de Confirmación, prematrimonial…
“Siempre ha sido así”, dirían algunos, pero a veces su trabajo es tan poco valorado. A mí siempre me ha dado un no sé qué verles, pues no cobran un sueldo por su trabajo, por los años de servicio prestado a tantas almas que se han beneficiado de su trabajo desinteresado. Tampoco han recibido –ni lo pretenden– un reconocimiento ni público ni privado por sus a veces largos años de ayuda. Hace poco se quejaba, con sinceridad, pero también con cierta pena –quizá porque podía pensar que no hace su trabajo de corazón, como de hecho lo hace–, de la poca estima en que les tiene el párroco de X parroquia.
“Dios lo ve todo”, me seguía diciendo bondadosamente este catequista, y a mí me da mucha alegría cómo algunos son agradecidos por lo que se les ha enseñado; “Dios lo premia todo”.
Desde luego, esa es la esperanza. Si muchos de estos catequistas dejaran de prestar su ayuda, los sacerdotes poco podríamos hacer en las parroquias. Dios pague a los catequistas por su inestimable ayuda, que Dios les premiará grandemente.
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