Magnífica obra de Durero, en 1511, encargo para el Hospital de los Doce Hermanos de Nüremberg |
Francamente, la perspectiva de la vida eterna y ultraterrena es esperanzadora y optimista. En manera alguna la Iglesia es pesimista. Incluso los mandamientos, que para algunos afectados de un egoísmo más o menos acentuado, son el camino para alcanzar esa paz y esa felicidad eternas, y no un yugo que esclavice su existencia. ¿Qué sería de nosotros si todo acabara aquí abajo? Nos entraría la desesperación y el desánimo.
Hoy hemos leído en el evangelio esas palabras esperanzadoras del Señor: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas. De los contrario, ¿les hubiera dicho que voy a prepararles un lugar? cuando me haya marchado y les haya preparado un lugar, de nuevo vendré y les llevaré junto a mí, para que, donde yo estoy, estén también ustedes”.
Las palabras de San Cipriano recogen ese optimismo de la lucha cristiana: “¡Cuál no será tu gloria y tu dicha!: ser admitido a ver a Dios, tener el honor de participar en las alegrías de la salvación y de la luz eterna en compañía de Cristo, el Señor tu Dios…, gozar en el Reino de los cielos en compañía de los justos y de los amigos de Dios, las alegrías de la inmortalidad alcanzada”.
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