lunes, 8 de octubre de 2012

"Santificado sea el dolor"


     Hoy he ido nuevamente al Hospital, a visitar a una enferma concretamente.
     Cuando alguien me requiere para ello, trato de enterarme de algunas circunstancias de la vida de la enferma, por un lado para no tener “sorpresas” que puedan impedirle recibir los sacramentos, por otro, para saber cómo tratarla.
     Quien me acompañaba iba conteniendo las lágrimas –algunas veces lo logró, otras, no-, contándome que ya habían desahuciado a la persona enferma. Se notaba cómo la quieren.
     Sin más demora, al llegar, le administré el Sacramento de la Unción, en vista de la gravedad de la enfermedad. Todavía estaba consciente.
     Al terminar le pedí a quienes nos acompañaban que nos dejaran un momento, que quería hablarle a solas. Entre los estertores de dolor, me entendió lo que le decía –me comprendía muy bien-: que Cristo había dado su vida por nosotros, y que ahora le pedía colaborar con Él en la redención; que aprovechara ofrecerlo por sus pecados y por los de todos los hombres; que estuviera firme, puesto que quien nos lo había prometido era fiel, de que Dios nos ha preparado un premio grande en el Cielo y que nada aquí en el mundo se le compara.
     Me tendió la mano y me dijo, como pudo: “sí, padre”. Le hice la señal de la Cruz en la frente, recordándole que la iba a encomendar, especialmente en la Santa Misa.
     Tengo fe en que Dios la está confortando ahora.

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