jueves, 2 de mayo de 2013

¿Y si no necesitara trabajar para comer?

     Sigo pensando en el tema del trabajo. Es claro que tenemos necesidad de trabajar porque hay que ganarse el pan de cada día. Pero, ¿y si no necesitáramos trabajar, pues nos es dado el dinero para sostenernos, sin esfuerzo alguno?
     Hace no mucho vi una película de dibujos animados llamada WALL-E, de un pequeño robot trabajador. Los humanos que presenta la película son gorditos, siempre sentados en una silla, comiendo y entreteniéndose en ver cosas en una pantalla que siempre está delante suyo. Para algunos, pensé, éste sería el ideal de vida: llegar un momento en el que ya no tuvieran que trabajar y ser mantenidos por los demás o por las máquinas.
     El Papa, en su catequesis del día de ayer, habla sobre esto. Es muy provechoso leerlo despacio.
     El trabajo forma parte del plan del amor de Dios; estamos llamados a cultivar y custodiar todos los bienes de la creación, ¡y de este modo participamos en la obra de la creación! El trabajo es un elemento fundamental para la dignidad de una persona. El trabajo --para usar una imagen--, nos “unge” de dignidad, nos llena de dignidad; nos hace semejantes a Dios, que ha trabajado y trabaja, que actúa siempre (cfr. Jn. 5,17); da la capacidad de mantenerse a sí mismo, a la propia familia, de contribuir al crecimiento de la propia nación.
     Y luego quisiera dirigirme en particular a ustedes chicos y chicas, a ustedes los jóvenes: empéñense en su deber cotidiano, en el estudio, en el trabajo, en las relaciones de amistad, en la ayuda a los demás; su porvenir depende también de cómo saben vivir estos años preciosos de la vida.
     Voy ahora al segundo pensamiento: en el silencio del quehacer cotidiano, san José, junto a María, tienen un solo centro común de atención: Jesús.
     Para escuchar al Señor, es necesario aprender a contemplarlo, a percibir su presencia constante en nuestra vida; es necesario detenerse a dialogar con Él, darle espacio con la oración. Cada uno de nosotros, también ustedes chicos, chicas y jóvenes, deberían preguntarse: ¿qué espacio doy al Señor? ¿Me detengo a dialogar con Él? Desde cuando éramos pequeños, nuestros padres nos han acostumbrado a iniciar y a concluir el día con una oración, para educarnos a sentir que la amistad y el amor de Dios nos acompañan. ¡Acordémonos más del Señor en nuestras jornadas!

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