martes, 2 de febrero de 2010

En la fiesta de la Presentación del Señor

¿En qué se habrá ocupado el anciano Simeón? ¿Cuántos días más habrá vivido después del encuentro con el Señor? La verdad es que todas estas preguntas son superfluas cuando se ha encontrado el sentido de la vida, más en concreto, al Que le da sentido a la vida.

Ese encuentro con Jesús –todavía un Niño– llenó la larga vida de este anciano. El Espíritu Santo quiso que quedaran grabadas sus palabras: “Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador”. Sólo Dios puede colmar el corazón del hombre.

Sus palabras revelan que andaba buscando el sentido de su vida, como cualquier hombre. Se vieron colmadas sus ansias de vivir –vivir en plenitud, vivir “endiosado”– al encontrarse con Jesús. Bueno, ya vivía con Dios, pues dice el Evangelio que “…estaba en él el Espíritu Santo. El Espíritu Santo le había revelado que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo…” (Lc 2,25-27)

¡Ya quisiera robarle un poco de esa alegría y plenitud a este anciano santo!

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