domingo, 15 de agosto de 2010

María asunta al Cielo

“Desde ahora me llamarán bienaventurada…”
Estamos habituados a contemplar a María en el Cielo y continuamente aflora en nuestros labios la alabanza que Isabel comenzó -“Bendita tú entre las mujeres”-, una alabanza que se repite siglos y siglos después.

Sin embargo cabe contemplar este misterio de la vida de la Virgen como término y meta de una peregrinación, de una lucha, de una existencia, una existencia semejante a la nuestra. Esto nos ayuda a vislumbrar que nuestra suerte final será semejante a la que contemplamos en la Asunción de la Virgen: el gozo eterno de Dios en nosotros.

Sin excentricidades ni rarezas, la vida terrena de nuestra Madre transcurrió dentro de la normalidad de una existencia humana. La imagen que sugieren los evangelios apócrifos de ángeles que le hacían el trabajo, de milagros que aliviaban sus pesares… es poco real y poco alentador para nosotros.

Ella nos ayuda en este tránsito lento de esta vida nuestra a la otra. Desde que subió a los Cielos, en cuerpo y alma, está en la mejor capacidad para atender a las necesidades de todos sus hijos.

María, pureza en vuelo,
Virgen de vírgenes, danos
la gracia de ser humanos
Sin olvidarnos del cielo.

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