jueves, 5 de agosto de 2010

Ser sacerdote


Ayer hablando con mi director espiritual, recordaba estos últimos días de idas y venidas por distintos lugares. Hace una semana en Navarra, luego en La Rioja, y ahora en Madrid…

En cada lugar, la gente se acerca a este atractivo “espantapájaros”, atracción que no encuentra sentido más que en el hecho de ser sacerdote; creo que ayuda el que vaya vestido de sacerdote: una monja, un panadero…, muchos españoles, una venezolana, un ecuatoriano, un marroquí… se acercan sin recelo.

Es cierto que algunos tienen la vocación de misioneros, de andar errantes por el mundo evangelizando; yo no creo tener esa vocación, o quizá no siempre coincidan la vocación y el gusto… Lo cierto es que, estando contento en donde estoy, ya me gustaría un poco de sosiego y estabilidad, de trabajar ya en el sitio en donde me toque…

Una cosa que estoy aprendiendo aquí es el sentido de fe de la gente –en todas partes se experimenta– que presta al sacerdote una confianza total, que le abre su alma no sólo en el confesonario, sino que en la conversación sosegada y personal. ¡Como si nos conociéramos de toda la vida! Aquella persona fervorosa que tiene a los hijos con dificultades; aquella otra que la despidieron del trabajo; una más que tiene esta enfermedad…; pero todos tienen en común que tienen puesta la mirada en Dios.

No es profesionalidad de psicólogo, no es experiencia de un orador o un prestidigitador, no es… lo que se quiera: es fe en Dios, es fe en el sacerdote, instrumento de Dios. Ojalá el sacerdote aprecie rectamente esta visión sobrenatural de la gente.

Eso sí, no todo es de color de rosa...

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