domingo, 1 de julio de 2012

El hombre nació para la inmortalidad


     El último libro del Antiguo Testamento en escribirse, el libro de la Sabiduría, nos recuerda el plan de Dios sobre la humanidad y cómo hemos malogrado ese proyecto (cfr. Rm 5,12): el hombre nació para la inmortalidad (Sb 2,23-24).
     La muerte, que no era parte del proyecto de Dios, viene a ser la muestra clara de la impotencia del hombre ante un destino que escapa a su autoridad.
     Sin embargo, ese castigo –la muerte- viene a ser el remedio: como reza la liturgia de la Iglesia, “la muerte mordió muerte en el fruto del árbol de la Cruz”, pues allí fue vencida.
     La espiritualidad cristiana habla también de la muerte; considerándola, nos invita a vivir sensatamente. Así reza un salmo: “enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato” (Sal 89,12).
     El cristiano, sabiendo que va a morir, no pondrá su corazón en las cosas materiales, sino en Dios, que no defrauda, que es la Vida. Por eso, el cristiano es el que mejor sabe vivir, el que vive en paz y con felicidad, pues se sabe en la mirada de Dios, con la esperanza del Cielo.
    ¿El trabajo? Es sólo medio para llegar al Cielo. ¿Las riquezas? También. ¿Y...? También.

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