viernes, 13 de julio de 2012

Extracto de una conversación


     — No sé, Padre, cómo caí en esta crisis... Ya no puedo rezar, dudo de Dios y de la Iglesia, he perdido el horizonte de mi vida, ya no le encuentro sentido...
     — Perdona por la confianza, pero eres una tonta... ¡Con lo maravillosa que es la vida! ¿No te has fijado en todo lo bueno que tienes? Tienes una familia que te quiere –aunque algunas veces tengan roces o haya incomprensiones-: tus papás y tus hermanos; tienes salud, una salud envidiable, pues tu edad te lo permite aún; has estudiado y sabes muchas cosas, te puedes valer muy bien en la vida; aunque no nades en las riquezas, tienes lo suficiente para comer y vivir; y, lo más importante, eres hija de Dios: ¡hasta los cabellos de tu cabeza Dios los tiene contados! ¡Deberías sentirte dichosa de ser hija de Dios!
     Hubo, luego, un suspiro y unas lágrimas. Yo mismo me quedé asombrado de tantas cosas enumeradas y que también tengo. Concluía que, como decía Santa Teresa, quien a Dios tiene, nada le falta; sólo Dios basta.

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