Lo siguiente me sucedió hace dos días.
Mientras me hacían la factura por la compra hecha, quien me atendía me preguntó:
Mientras me hacían la factura por la compra hecha, quien me atendía me preguntó:
— Padre: ¿por qué hay que confesarse?
Después de unos breves segundos de
reflexión, le contesté:
— Se me ocurren ahora dos
motivos que tocan a la relación con Dios; primero: porque existe el pecado y,
siendo nosotros pecadores, necesitamos el perdón de Dios; segundo: porque
Jesucristo, nuestro Señor, ha instituido un sacramento –el de la Penitencia-
para borrar nuestros pecados; es el medio por el que Él nos perdona. Luego, hay
un motivo humano válido también: en palabras de Santa Teresa, “el alma necesita
un desaguadero”; es decir, hace tanto bien al hombre abrir el corazón,
especialmente cuando hay cosas negativas en él.
Y sin
dilación me empezó a contar las penas que llevaba en el alma. Después de
escuchar a esta persona y contarme todo el contexto, le pregunté:
— ¿Hace cuánto tiempo se
confesó la última vez?
— ¡Nunca lo he hecho!
— ¿Qué no te has casado? ¿No te
confesaste antes de hacerlo?
— Me casé pero no me confesé...
Es que me casé en una iglesia evangélica...
Pequeño detalle... La exhorté a que arreglara sus
asuntos, a rezar y, ¿por qué no?, a revisar su relación con Dios y con la Iglesia. Por mi parte,
le di gracias a Dios por habernos dejado el auxilio de los Sacramentos, de que
podemos gozar en la Iglesia Católica.
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