Anteayer
tuve un día ajetreado, haciendo tantos “mandados” en la Capital, también
celebrando...
Una
de las diligencias que me tocó hacer fue ir a ver a un niño en la Unicar (Unidad
de Cirugía Cardiovascular de Guatemala), para bautizarlo, pues el lunes será
intervenido del corazón. Les pido que lo encomienden, pues es una operación que
reviste de cierto riesgo. Era la primera vez que iba a este centro; ya se
imaginan, llegué tanteando la zona y adivinando el sitio donde debía
encontrarme con la madre de la criatura.
Al
terminar de celebrar el Bautismo, se me acerca una de las enfermeras, la mayor
de todas, con plante de jefa, para pedirme que les bendiga los locales de la
unidad de pediatría, en donde estábamos. Francamente, me dio mucho gusto
aparecerme por allí y que me reconociera la gente como sacerdote (menos mal que
ahora ya no soy tan joven y no dudan de que ya esté ordenado...).
Ya
terminada la bendición me despedí de la madre del neófito y pasé saludando a
una niña de unos diez años que estaba en cama, sufriendo por alguna enfermedad.
Tampoco quise ser indiscreto, sólo pregunté alguna cosa para entablar
conversación y asegurarles, a mamá e hija, que las encomendaría en la Santa
Misa que celebraría más tarde, como de hecho lo hice.
Hice,
así, una buena obra. ¿Tiempo para las demás cosas? Dios multiplicó mi tiempo
para llegar a todo, casi a todo...
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