domingo, 6 de octubre de 2013

“¡Auméntanos la fe!”

     Esto es lo que le pidieron los discípulos a Jesús (evangelio de la Misa de hoy: Lc 17,5) ¿No les parece que es una buena petición? Sí, la fe es un don que nos viene sólo de Dios y a Él debemos pedirla.
     La fe la recibimos en el Bautismo, pero está destinada a crecer. En las virtudes teologales no cabe el “in medio virtus” de las virtudes morales; es decir, la fe, como el amor, puede crecer y crecer y crecer, si Dios nos la regala y la hacemos fructificar con nuestra respuesta fiel.
     La fe no es cuestión de autoconvencimiento ni efecto de un estudio científico. No es una conclusión filosófica. Es sobrenatural. ¿Te has fijado que algunos de los Apóstoles, que estaban ante Jesús resucitado, no terminan por creer? (cfr. Lc 24,36-43). La fe es un don de Dios.
     ¿Qué sería de ti y de mí si no tuviéramos fe? Esta vida no tendría sentido, no sabríamos para qué estamos vivos y para qué luchamos aquí. Eso es lo que sucede si nos ponemos egoístamente en el centro de nuestros afanes y no nos dirigimos a Dios.
     ¿Y si aumentara nuestra fe? Esta vida nos sabría a poco; estaríamos más y más contentos, unidos a Dios, estaríamos más alegres y... Este mundo sería otro, en el que todos seríamos hermanos...
     Sin embargo, depende de qué tan pedigüeño seas. ¡Pídesela a Dios que te la dará!

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