-¡Oiga!
-Dime -le contesté.
-Es sacerdote, ¿verdad? -Venía yo con la camisa y mi cuello clerical, aunque en la noche no se distinguiría tan bien como en el día.
-Así es..., ¿por qué? -le pregunté-.
-¿Podría confesarme?
La verdad es que titubeé, porque en la más descristianizada España es la primera vez que me piden Confesión por la calle.
Antes de la Confesión, buscando el sitio menos indiscreto posible, le pregunté y me respondió que hacía una semana que se había confesado, y que quería hacerlo.
Alegría de sacerdote, porque el traje clerical ha servido para que me reconocieran y poder ayudar sacerdotalmente y al joven que me pidió confesarse, y que recibió el perdón de Dios por la absolución sacramental.
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