He tenido el gran gusto de recibir un regalo para la Primera Misa de un cuasi-presbítero: un corporal y un purificador tan primorosos, hechos a mano, que dará gusto celebrar con ellos. Incluso son más bonitos que los de la foto.
No es cursilería. Es muestra de fe y de amor cuidar los paños litúrgicos, así como todo lo que se refiere a la Liturgia. Nosotros, incluso humanamente cuidamos estar presentables, limpios de cuerpo y vestido; no querríamos pasar por descuidados, desaliñados.
“En cierto lugar de la Mancha, de cuyo nombre no me quiero recordar…”, se encuentra una iglesia preciosa, con un retablo espectacular recientemente restaurado e iluminado con profesionalidad, con una feligresía un poco “tri-dentina” –como diría el recordado Mons. Fuentes–, sin embargo piadosa y cantora, pero las cosas de la liturgia estaban descuidadas –no quiero describirlas–. La siguiente vez me llevé mis propios paños litúrgicos y pude celebrar con grandísimo gusto y piedad.
Antaño, los mismos sacerdotes se encargaban de limpiarlos y lavarlos, y ninguno delegaba tal obligación. Ahora pueden suceder dos cosas: o se lo dan a otra persona para que se encargue de ello –y lo puede hacer muy bien–, o simplemente no se hace.
La experiencia nos enseña que hay tiempo para todo lo que queremos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario