¡Queridos hermanos y hermanas!
El evangelio de este tercer
domingo de Cuaresma se refiere, en el escrito de san Juan, al famoso episodio
en el que Jesús expulsa del templo de Jerusalén a los vendedores de animales y a
los cambistas (cf. Jn 2,13-25). El hecho, señalado por todos los evangelistas,
tuvo lugar en las proximidades de la fiesta de la Pascua, despertando gran
impresión en la multitud y entre sus discípulos. ¿Cómo debemos interpretar este
gesto de Jesús? En primer lugar hay que señalar que esto no provoca ninguna
represión de los guardianes del orden público, porque fue visto como una típica
acción profética: de hecho, los profetas, en nombre de Dios, a menudo
denunciaban los abusos, y lo hacían a veces con gestos simbólicos. El problema,
en todo caso, era su autoridad. Por eso los judíos le preguntaron a Jesús: ¿Qué
signo nos muestras para obrar así? (Jn 2,18), que nos muestre que realmente
actúa en nombre de Dios.
La expulsión de los mercaderes
del templo fue también interpretada en sentido político revolucionario,
colocando a Jesús en la línea del movimiento de los zelotes. Estos eran, de
hecho, “celosos” de la ley de Dios y dispuestos a usar la violencia para
hacerla cumplir. En la época de Jesús esperaban a un mesías que liberase a
Israel del dominio romano. Pero Jesús decepcionó esta espera, por lo que
algunos discípulos lo abandonaron, y Judas Iscariote incluso lo traicionó. En
realidad, es imposible interpretar a Jesús como violento: la violencia es
contraria al reino de Dios, y un instrumento del anticristo. La violencia nunca
le sirve a la humanidad, es más, la deshumaniza.
Escuchamos a continuación las
palabras que Jesús dijo haciendo ese gesto: “Quiten esto de aquí. No hagan de
la casa de mi Padre una casa de mercado. Y entonces los discípulos se acordaron
de lo que está escrito en el salmo: ‘El celo por tu Casa me devora’” (cfr. Sal 69,10).
Este salmo es una invocación de ayuda en una situación de extremo peligro a
causa del odio de los enemigos: la situación que Jesús vivirá en su pasión. El
celo por el Padre y por su casa, lo llevará hasta la cruz: el suyo es el celo
del amor que paga con su propia persona, no el que querría servir a Dios
mediante la violencia. De hecho el “signo” que Jesús dará como prueba de su
autoridad será sólo el de su muerte y resurrección. “Destruyan este santuario
–dijo–, y en tres días lo levantaré”. Y san Juan observa: “Él hablaba del
santuario de su cuerpo” (Jn 2,20-21). Con la pascua de Jesús se inicia un nuevo
culto, el culto del amor, y un nuevo templo que es Él mismo, Cristo resucitado,
por el cual cada creyente puede adorar a Dios Padre “en espíritu y en verdad”
(Jn 4,23).
Queridos amigos, el Espíritu
Santo ha comenzado a construir este nuevo templo en el vientre materno de la
Virgen María. A través de su intercesión, oramos para que cada cristiano sea
piedra viva de este edificio espiritual.
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