domingo, 11 de marzo de 2012

Palabras del Santo Padre antes del Angelus


¡Queridos hermanos y hermanas!
     El evangelio de este tercer domingo de Cuaresma se refiere, en el escrito de san Juan, al famoso episodio en el que Jesús expulsa del templo de Jerusalén a los vendedores de animales y a los cambistas (cf. Jn 2,13-25). El hecho, señalado por todos los evangelistas, tuvo lugar en las proximidades de la fiesta de la Pascua, despertando gran impresión en la multitud y entre sus discípulos. ¿Cómo debemos interpretar este gesto de Jesús? En primer lugar hay que señalar que esto no provoca ninguna represión de los guardianes del orden público, porque fue visto como una típica acción profética: de hecho, los profetas, en nombre de Dios, a menudo denunciaban los abusos, y lo hacían a veces con gestos simbólicos. El problema, en todo caso, era su autoridad. Por eso los judíos le preguntaron a Jesús: ¿Qué signo nos muestras para obrar así? (Jn 2,18), que nos muestre que realmente actúa en nombre de Dios.
     La expulsión de los mercaderes del templo fue también interpretada en sentido político revolucionario, colocando a Jesús en la línea del movimiento de los zelotes. Estos eran, de hecho, “celosos” de la ley de Dios y dispuestos a usar la violencia para hacerla cumplir. En la época de Jesús esperaban a un mesías que liberase a Israel del dominio romano. Pero Jesús decepcionó esta espera, por lo que algunos discípulos lo abandonaron, y Judas Iscariote incluso lo traicionó. En realidad, es imposible interpretar a Jesús como violento: la violencia es contraria al reino de Dios, y un instrumento del anticristo. La violencia nunca le sirve a la humanidad, es más, la deshumaniza.
     Escuchamos a continuación las palabras que Jesús dijo haciendo ese gesto: “Quiten esto de aquí. No hagan de la casa de mi Padre una casa de mercado. Y entonces los discípulos se acordaron de lo que está escrito en el salmo: ‘El celo por tu Casa me devora’” (cfr. Sal 69,10). Este salmo es una invocación de ayuda en una situación de extremo peligro a causa del odio de los enemigos: la situación que Jesús vivirá en su pasión. El celo por el Padre y por su casa, lo llevará hasta la cruz: el suyo es el celo del amor que paga con su propia persona, no el que querría servir a Dios mediante la violencia. De hecho el “signo” que Jesús dará como prueba de su autoridad será sólo el de su muerte y resurrección. “Destruyan este santuario –dijo, y en tres días lo levantaré”. Y san Juan observa: “Él hablaba del santuario de su cuerpo” (Jn 2,20-21). Con la pascua de Jesús se inicia un nuevo culto, el culto del amor, y un nuevo templo que es Él mismo, Cristo resucitado, por el cual cada creyente puede adorar a Dios Padre “en espíritu y en verdad” (Jn 4,23).
      Queridos amigos, el Espíritu Santo ha comenzado a construir este nuevo templo en el vientre materno de la Virgen María. A través de su intercesión, oramos para que cada cristiano sea piedra viva de este edificio espiritual.

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