Seguimos,
con mucha ilusión, la convivencia de candidatos al Seminario Mayor de Sololá. Como
diría Cantinflas, le pedimos a Dios un “soplidote” para que nos ayude a
discernir sobre cada uno.
Ayer,
a la hora de la cena, uno de los muchachos de la convivencia, que estaba frente
a mí, me lanzó esta pregunta: “Y usted, Padre, ¿alguna vez ha sentido la
soledad en su sacerdocio?”
“¡Vaya
insolencia!”, me dije. Después de tomar una bocanada de aire, le razoné que, lo
que he experimentado recientemente es el cansancio por el continuo y fatigante
trabajo, que algunas veces le he dado algo más de importancia a mi encargo
académico ―en detrimento de mi piedad―, que me he llegado a
cansar. Pero, gracias a Dios, no he sentido soledad en ningún momento, he
vivido feliz con Dios y con la vida y vocación que me concedió. Dios me conceda
su gracia para ser fiel siempre.
No sé si a alguien sirva esta confesión
pública que estoy haciendo. Al menos a mí me ayuda a fijar mis ideas y a
diagnosticar algo mi situación, y a estar alerta a luchar para enamorarme más
de Dios. ¿Nos ayudas, a los sacerdotes, con tu oración?
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