Toda
santidad viene de Dios. La santidad de la que gozan los santos, es obvio, es
participación de la santidad de Dios, Él la concede. Hoy celebramos a todos los
santos del Cielo. Les dejo con unas palabras de San Bernardo, que ilustran bien
lo que celebramos hoy.
¿De qué sirven a los santos
nuestras alabanzas, nuestra glorificación, esta misma solemnidad que
celebramos? ¿De qué les sirven los honores terrenos, si reciben del Padre
celestial los honores que les había prometido verazmente el Hijo? ¿De qué les
sirven nuestros elogios? Los santos no necesitan de nuestros honores, ni les
añade nada nuestra devoción. Es que la veneración de su memoria redunda en
provecho nuestro, no suyo. Por lo que a mí respecta, confieso que, al pensar en
ellos, se enciende en mí un fuerte deseo.
El primer deseo que promueve o aumenta en
nosotros el recuerdo de los santos es el de gozar de su compañía, tan deseable,
y de llegar a ser conciudadanos y compañeros de los espíritus bienaventurados
(...). Y esta ambición no es mala, ni incluye peligro alguno el anhelo de
compartir su gloria.
El segundo deseo que enciende en nosotros
la conmemoración de los santos es que, como a ellos, también a nosotros se nos
manifieste Cristo, que es nuestra vida, y que nos manifestemos también nosotros
con él, revestidos de gloria.
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