viernes, 1 de noviembre de 2013

En la Solemnidad de todos los Santos

     Toda santidad viene de Dios. La santidad de la que gozan los santos, es obvio, es participación de la santidad de Dios, Él la concede. Hoy celebramos a todos los santos del Cielo. Les dejo con unas palabras de San Bernardo, que ilustran bien lo que celebramos hoy.
     ¿De qué sirven a los santos nuestras alabanzas, nuestra glorificación, esta misma solemnidad que celebramos? ¿De qué les sirven los honores terrenos, si reciben del Padre celestial los honores que les había prometido verazmente el Hijo? ¿De qué les sirven nuestros elogios? Los santos no necesitan de nuestros honores, ni les añade nada nuestra devoción. Es que la veneración de su memoria redunda en provecho nuestro, no suyo. Por lo que a mí respecta, confieso que, al pensar en ellos, se enciende en mí un fuerte deseo.
     El primer deseo que promueve o aumenta en nosotros el recuerdo de los santos es el de gozar de su compañía, tan deseable, y de llegar a ser conciudadanos y compañeros de los espíritus bienaventurados (...). Y esta ambición no es mala, ni incluye peligro alguno el anhelo de compartir su gloria.

     El segundo deseo que enciende en nosotros la conmemoración de los santos es que, como a ellos, también a nosotros se nos manifieste Cristo, que es nuestra vida, y que nos manifestemos también nosotros con él, revestidos de gloria.

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