He vuelto, amigos. Ya ven: tengo mis
debilidades…; una de ellas es ésta. Poco he durado, ¿verdad? Pero me ha servido
este tiempo para reflexionar sobre lo que hago y lo que debería de hacer, tanto
humana como sacerdotalmente. Gracias por estar allí, atentos a picar algo de estas letras que les pueda ayudar.
Hoy
he ido nuevamente a visitar a una enferma en el hospital. Le llevaba la
Comunión, como se lo había prometido. Ella me esperaba. Me parece que era la
hija la que acompañaba a la enferma, quien estaba agradecida por la atención a la
mamá.
Una de “mis” enfermas se me acercó
pidiendo que rezara por sus compañeras de dolor, ya que había llegado un pastor
protestante que les habló fuertemente. En efecto, me lo confirmó otra: había
hablado mal de la Iglesia y de la Virgen y que, al defenderse ellas, las
condenó a ir al infierno… de las ocho pacientes que había en la sala, se
acercaron cinco para que las apaciguara,
pues habían quedado tocadas del incidente; también por el pastor hemos rezado…
La lección fue de una de las enfermas, una señora joven. Después
de preguntarle delicadamente si era católica, me dijo que era de religión maya,
que no había ido a ninguna iglesia. Me contó que su esposo la había ido a ver, que tenía tres hijos bonitos y que tenía esperanzas de mejorar pronto. Le aseguré que rezaría a Dios por ella y su familia; la
incentivé a que hablara con Dios, que todos somos hijos suyos y que nos quiere,
aunque permita que a veces la pasemos un poco mal. Me pidió varias veces que rezara
por ella.
Me removió cuando, al darles la bendición
al corro, ella intentó hacerse la señal de la cruz con la mano derecha, pero no
pudo, debido a la sonda que tenía en ese brazo; lo hizo, entonces, con la
izquierda…
Ayer, otra lección, en el mismo sitio. Se me
fue todo cansancio y miras humanas cuando una de las señoras, a quien confesé y
di la Unción, al terminar de atenderla, tomó mi estola y la besó…
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