He estado explicando, desde la semana
pasada, la materia de Soteriología; es decir, cómo Jesús es Redentor o
Salvador. Francamente debía haberlo repasado antes de ahora, pues, como
tratado, lo había visto en el Seminario.
Gracias a Dios, no me ha resultado extraño
el lenguaje; me ha resultado gratificante sumergirme nuevamente en el misterio
de Jesucristo, de su Humanidad Santísima, instrumento de nuestra salvación.
Por ejemplo, hoy hemos visto “la ciencia
de Jesús”. Además de cómo Dios conoce todo, por ser Dios ―igual
al Padre y al Espíritu Santo―, también conoce como los hombres, en una triple
forma: Jesucristo tuvo 1) ciencia adquirida: tuvo que aprender como cualquier
ser humano; 2) ciencia infusa: un don especial por el que Jesús, en su
Humanidad, pudo conocer ciertas cosas que escapan a la capacidad natural del
hombre; y 3) ciencia de visión: la que se identifica con la visión beatífica,
la fruición ―gozo― de Dios.
Jesucristo, nuestro Señor, en su condición
de hombre, tuvo estos tipos de conocimiento. El trabajo de la teología es
justificar estas verdades. Ha habido ya tantos santos y tantos teólogos que lo
han hecho, y nosotros lo estudiamos.
Es un gran misterio, pero no impenetrable.
¡Qué bueno, maravilloso y grande es Dios que no cabe en nuestra pobre cabecita!
No hay comentarios:
Publicar un comentario