Es San Agustín quien me sugirió que este
buen samaritano de Lucas 10 es Jesucristo, que, encontrándonos medio muertos
por el pecado, desinteresadamente nos curó, nos vendó, nos cuidó y, en
definitiva, nos redimió.
Luego,
me impresiona cómo el samaritano hizo caso omiso al pasado de enemistad que
había entre los judíos y los samaritanos (cfr. Jn 4,9) e hizo el bien que tenía
la oportunidad de realizar. Por mi parte, tengo que aprender a no guardar
rencor ni resentimiento, perdonar siempre.
Como el samaritano, tendríamos que
aprovechar hacer el bien cada vez que esté en nuestras manos, sin desaprovechar
una oportunidad (uno de nuestros pecados frecuentes es la omisión). Dios paga con
creces.
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