Hoy me sentí un tanto identificado con el
primer hijo que refiere la parábola referida por el evangelista (Mt 21,28-30).
Unos seminaristas, encargados de la pastoral de Primera Comunión en la
parroquia, me habían pedido favor ayudarles a confesar a los niños, que
estarían hoy en un retiro. Sería su primera Confesión.
Colmado de trabajo y compromisos, les dije
que hicieran favor de decirle a los otros sacerdotes que, en la medida de sus
posibilidades, atendieran este encargo. Al ver que no tuvieron tanto éxito en
la petición, hice un espacio y me fui a ayudar, con el consiguiente contento de
los seminaristas. Yo, también, me quedé más tranquilo al echar una mano en
esto.
A estos niños, que se confiesan por
primera vez, hay que procurar hacerles llevadera y agradable la experiencia. Para
romper el hielo, le pregunté a cada uno: “¿Estás nervioso?” Y me respondían,
como tomando confianza y con una sonrisa, que sí. Así, ya costaba menos.
Ciertamente, hubo alguno que dijo que no
estaba nervioso y tampoco esbozó la sonrisa. Pensé: “¡qué serio!”
Como en otras ocasiones, me sirvió para,
adentrándome en el alma de estos pequeñuelos, tener ganas de aprender de su
inocencia.
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