Le he dado vueltas durante el día de hoy,
principalmente gracias a la predicación: “un joven muerto, que llevaban a
enterrar”, “¡no llores!”
Una cosa es la muerte del cuerpo, que regularmente
no depende de nosotros; pero la del alma sí, y qué determinante es. Hay tantos,
no sólo jóvenes, que están muertos a causa del pecado mortal. Su resurrección
sólo Cristo se la puede dar (en la Confesión).
¡Cuánto quisiera ser el consuelo de los
que lloran!, especialmente de las mamás que lloran por sus hijos. Esas lágrimas
maternas son perlas, que son recogidas por Dios ―cómo me
recuerdo de la película “El Gran Milagro” y la ofrenda que llevan los ángeles a
Dios―. Dios no olvida el dolor de las madres.
Y a ti ¿qué se te ha quedado?
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