Rut y Noemí. Su historia nos enseña que Dios nunca desampara a sus hijos. |
Hoy me levanté a una hora prudente para un
día de trabajo. Después del aseo personal, tratando ya de tener muy presente a
Dios, le dediqué a Dios un buen rato para conversar con él. Tenía mi vida como
muy de frente, en la presencia de Dios. Fue una conversación íntima, real…
Después de desayunar me dediqué a dar mis
clases sobre Biblia, en el Seminario de La Asunción. Esta vez expliqué el libro
de Rut. De entre las muchas lecciones y notas que se hacen en su estudio, una
de líneas teológicas del libro que me encantó es la de la Providencia Divina
que vela por el cuidado de los más desfavorecidos. Pero, comparándolo, veíamos
mis alumnos y yo que Dios ya no actúa en ese entonces como en época más
antigua, cuando hacía notar su poder con milagros y portentos. Ya en la época
posterior, al menos en la del autor, Dios actúa de forma más callada, humilde,
casi de manera imperceptible, pero siempre activamente.
Dios actúa ahora de esta manera. Lo vi en
el muchacho que me atendió hoy en la gasolinera —que, al comentarle que en ese lugar él me
parecía “nuevo”, me contó que hoy era su
primer día y que estaba de prueba; le deseé que pueda conseguir ese trabajo—;
en el dependiente que me atendió muy deferentemente; en mi familia que estaba
ahora reunida por una intención; en las personas que, sea o no su encargo, nos
sirven; en la pobre y anciana señora a quien saludé en el camino y le ofrecí
una sonrisa —ella me lo agradeció efusivamente—; en…, en fin…
¡Si nos diéramos cuenta que por medio de
todo y de todos nos habla Dios!
¡Dios no se equivoca! Es lo que estuve pensando hoy, meditando sobre la vocación y elección de Matías, cuya fiesta celebra hoy la Iglesia.
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